Mi esposa, mis dos hijas y yo estábamos en el parque jugando fútbol. Como es típico, y a raíz de una patada inesperada, la pelota salió hacia la calle. Mi hija mayor (6 años) salió corriendo a cogerla. Mi esposa, conociendo el peligro de ver la pelota en la calle, intentó correr más rápido que mi hija para alcanzarla.
Mi hija pensó que su mamá le quería ganar en una competencia y corrió aún más fuerte. Antes de llegar a la calle, las dos se tropezaron una con otra y se cayeron muy fuerte. Nada grave, pero suficiente para tener unos cuántos moretones y llorar.
Cuando las cosas se calmaron, les pregunté que habían aprendido de sus caídas. Mi esposa me dijo:
- No tengo que jugar fútbol. Por eso no me gusta el fútbol.
Mi hija me dijo:
– No correr con mamá
Yo, en cambio, había interpretado otras lecciones:
Yo pensé que mi esposa debía preocuparse menos y envés de salir corriendo tras mi hija, decirle con voz firme que no salga a la calle. ¡Pero NO que ya no quiera jugar futbol con nosotros!
Y, en el caso de mi hija, pensé que la lección era que no sea tan competitiva, ya que le gusta ser primera en todo, y que tenga cuidado al ir tras la pelota si sale del parque.
Todos nos caemos. Y todas las caídas tienen lecciones. Pero es difícil aprender todo lo que una caída te enseña. Nuestra cosmovisión, nuestro ego, y el estar muy cerca del problema, no nos permiten verlo bien. Por eso tendemos cometer varias veces los mismos errores.
La acción, las caídas, la reflexión, el análisis y la ayuda de maestros, son las claves para mejorar nuestro aprendizaje.