Cuando compré mi primer auto nuevo tenía 23 años. Apenas me había graduado de la universidad y ya empecé a endeudarme. A pesar de los consejos (y críticas) de amigos y familiares que me sugirieron compre un auto más económico, creí que me «merecía» el auto después de haber trabajando «tan duro» para llegar donde estaba.
Algo similar ocurrió un año más tarde, cuando mi esposa y yo compramos nuestra primera casa. Nos sentíamos «exitosos». Habíamos alcanzado dos sueños sociales (acompañados de sus respectivas deudas). Nos dejamos llevar por la emoción de «alcanzar» algo, de creer que estábamos subiendo los peldaños de nuestras carreras y nada nos podría botar. Pero caímos, como todos los que suben. Caímos fuerte.
Las reflexiones de cada caída me han enseñado que no debemos pensar en «llegar» o «alcanzar» como subir a la cima de una montaña estática. Los caminos de la vida son más como montañas dinámicas, que cambian, se mueven, erupcionan. Si crees que has llegado a la cima, de seguro ya estarás empezando a caer.